De niña cuando mi
padre me enseñó a montar bicicleta, me decía:
─Tienes que resistir
manteniendo tus manos en el timón.
Cuando me compraron
patines sucedió lo mismo, pacientemente mi padre me acompañaba a
que los calce y me ayudaba a parar en las ocho ruedas. Aún escucho
lo que me advertía:
─Resiste, no te vas a
caer, mantente parada sin miedo y comienza a rodar.
Cuando estudié en
París y visitaba Polonia mi primo Przemko insistía en que
probara su trineo lanzándome de una pequeña montaña helada. Me
senté como un buda, traía tanta ropa para protegerme del frío que
sólo se me veían los ojos, me agarre con fuerza de los costados del
trineo.
─No tengas miedo vas
a resistir ─ me dijo Przemko.
Al instante sentí el
empujón de mi primo. Grité como una sirena de ambulancia
incontenible hasta que llegué al final tiritando de frio.
Cuando mi hija Carla
era adolescente y disfrutaba con ella los domingos de nuestros paseos
en bicicleta, todo era diferente. Yo me moría de miedo de lanzarme
al by pass de la Avenida Arequipa montada en la bicicleta. Ella
volando como el viento me gritaba:
─Anímate madre, es
full adrenalina.
Los lunes me despertaba
sudando, con sueños aterradores, me veía con los huesos rotos, sin
dientes, tirada en la pista con el chasis de mi bici hecho añicos.
El siguiente domingo se
repetía la misma escena, Carla siempre me gritaba:
─ ¡Atrévete madre!
La primera vez inicié
el descenso frenando hasta que perdí totalmente la velocidad y tuve
que subir empujando la bici.
Poco a poco fui
aprendiendo a soltar los frenos y a soltar los miedos. Hasta que
llegó el día que ambas nos lanzábamos felices y nos dejábamos
chicotear las caras por el viento.
Meditando estas
pequeñas experiencias, casi exprimiendo mis neuronas comienzo a
percatarme que la vida de mi padre y de mi primo estaba marcada por
una historia de resistencia, mi hija con una vida más confortable
era más audaz y, disfrutaba de la velocidad.
Nuestros padres
resistieron y sus hijos aprendimos a resistir y a tomar velocidad a
su tiempo.
En la historia
contemporánea, los polacos resistimos a los alemanes, a los rusos,
resistimos las diversas políticas que segmentaron el país,
resistimos el abandono de los aliados en la sublevación de Varsovia,
resistieron muchos a los campos de concentración. Resistimos al
cambio de nombre realizado por los comunistas.
Resistimos el terror
social con los juicios falseados a los héroes de guerra. Resistimos
el hollín de Nowa Huta que impregna y daña nuestra querida
Cracovia.
Resistieron los
campesinos el despojo de sus tierras. Resistimos la anexión de las
tierras orientales polacas a la Unión Soviética.
Luego vinieron otros
aires menos enrarecidos, más frescos, aún duros. Los sueños de
libertad estaban cerca. En 1988, Walesa se consolida como líder
nacional a pesar de su origen obrero. En 1989 cae el comunismo en
Polonia, viene la Mesa Redonda, Solidaridad deja la clandestinidad y
es reconocida.
En 1994, Polonia
“vuelve a Europa”, se firma el acuerdo de la Asociación de
Polonia con las Comunidades Europeas. Polonia se prepara para ser
miembro de la Unión Europea. En el 2004 Polonia se anexa a la Unión
Europea.
Después de esto viene
la velocidad, la audacia, la carencia de miedos que hablaba Carla.
Ahora, a Polonia no la para nadie. Ha encontrado su ruta, el camino
correcto para canalizar el espíritu nacional y en eso andamos todos
juntos, los de adentro y los de afuera.
No olvidamos al
Instituto de Memoria Histórica que investiga los crímenes de guerra
contra la nación polaca, hay aún que resistir en ese tema: la
posibilidad del olvido.
Clara
Pawlikowski
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